Relatos de 100 palabras

Jul 21

EL MOMENTO

Hace diez años que vivo en esta casa -situada en la planta veintidós de un céntrico rascacielos- y cada vez que llego de la oficina, abro la ventana y mis ojos se clavan en el mar de coches, motos y gente que es la calle, el aire contaminado entra por mis orificios nasales llenando de gases mis pulmones, y dejando un olor a gasolina y neumático quemado en mis receptores olfativos, tengo el mismo pensamiento. ¿Qué pasaría si saltara ahora por la ventana hacia toda esa gente, parando su vida y la mía? Creo que va siendo hora de averiguarlo.


MUERTE

Sus últimas palabras fueron: Yo ahora soy un heroinómano, pero fue todo culpa del azúcar. Cambié una droga por otra. Entonces, Raúl Mejías, más conocido como Rulo, cayó al suelo desde la silla donde estaba sentado y murió. A Raúl le detectaron un cáncer de páncreas en fase cuatro y le quedaban cinco meses de vida cuando se inyectó heroína por primera vez. Cuando le dijeron que el cáncer había sido provocado por el azúcar, dijo: Si me va a matar una droga, al menos que sea una de las duras. No esa mierda que se compra en el supermercado.


ANTIPATÍA

Cuando llego a la playa toco la arena. Está húmeda. Camino hasta la orilla y rozo el agua tímidamente. Está fría, como siempre. No importa que sea verano o invierno, aquí el agua siempre está fría. Yo no la siento, porque también soy muy fría. Es a causa de mi corazón, que es un bloque de hielo. Yo no lo sabía, pero me lo dijo el primer chico que conocí. Me dijo, eres fría, no me gustas. Y así el segundo y la tercera. Todos igual, no me gustas. Vete. Pero no puedo dejar de ser la brisa del norte.


¡PLAS!

Me despierta un ruido en la noche. Tengo la ventana abierta. Miro la hora con los ojos entrecerrados. Las tres. Me acurruco y me arropo. Y se oye de nuevo. Un golpe seco, como una bofetada. Ha sido muy clara. Viene del piso de arriba a la derecha. Aguzo el oído. Nada. Cierro los ojos. Y dos segundos después, vuelve. ¡Plas! Seco y sordo. Me despierto. Otro más. Me acerco a la ventana. Nada. Espero y vuelven, repetidos, acompañados de un sollozo. Silencio. Contengo la respiración. ¡Plas! ¡Plas! ¡Plas! ¡Plas! Un grito, y un sollozo, que se transforma en gemido.


PACO

Me llamo Paco, y vengo a confesarme. Soy adicto al sexo. Esto, de por sí, ya es un problema. Siempre lo ha sido, pero por suerte, no es nada grave. Lo grave es con quién me acuesto a diario desde hace años. Mis hermanas. Aquí el problema aumenta, sobre todo porque me encanta hacerlo. Sorprenderlas en la cocina, la habitación o el estudio, acercarme sigilosamente por detrás, tocarles los pechos, taparles la boca y penetrarlas. Todos los días. Y sé que a ellas les gusta. Me lo dicen. Incluso me lo piden a veces cuando nos cruzamos por el convento.








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